La influencia del sexo en el manejo de las relaciones de poder
- Ximena Torrescano Leucona
- 31 dic 2020
- 8 Min. de lectura
Resumen
Este breve escrito tiene la pretensión de dar cuenta de determinadas características que han favorecido la primacía masculina a lo largo de la historia en diferentes esferas del desarrollo humano. Desde las cualidades biológicas que se atribuyen de mayor valía en el macho, pasando por factores culturales, y la analogía que por antonomasia ha de hacerse, Adán como el primer individuo, representante de la humanidad que se sintió superior a la mujer.
Palabras Clave: Feminismo, biología, Adán contemporáneo, poder, relaciones sociales, varón, mujer
La historia de la humanidad se mueve por una suerte de dialéctica que conjuga variables constituyentes del devenir de todo ser en el mundo. Dichas variables se mueven a manera de piezas de ajedrez bien dispuestas en un tablero igualmente cambiante.
En el presente escrito, pretendo hacer un análisis del curso que ha tomado la historia de la humanidad a partir de la constitución psico-física del ser humano, y cómo es que dicha constitución primigenia ha marcado a manera de estigma las relaciones de poder que al día de hoy son preponderantes, haciendo énfasis en la gran influencia religiosa que a lo anterior matiza.
Es evidente que desde los albores de la civilización el sexo, aludiendo a la constitución de lo femenino y lo masculino, es decir, a la mera configuración de los componentes anatómicos del ser humano; ha determinado el rumbo de las relaciones de poder en prácticamente todos los ámbitos en que el ser humano se desenvuelve. Ejemplos de ello lo vemos en las esferas laborales, políticas, familiares, eclesiásticas e incluso sexuales en donde ha existido una relegación por parte del varón para con el sexo femenino. El predominio del macho ha sido evidente.
Diría Freud que la anatomía es el destino. Pero ciertamente no me encuentro conforme en que todo tipo de relaciones y compromisos estructurados entre hombre y mujer generen una imposición y primacía para el sexo masculino debido únicamente a la constitución fisiológica que el macho presenta. Para explicar de mejor manera lo anterior me apoyaré en las observaciones de la feminista y escritora estadounidense Kate Millet, quien plantea que “…la política sexual es objeto de aprobación en virtud de la socialización de ambos sexos según las normas fundamentales del patriarcado, en lo que atañe al temperamento, al papel y al estatus social” (Millet, 1972, p. 35)
La feminista procede a hacer un análisis en el que manifiesta cómo en una primera instancia resultó evidente que la agresividad y fuerza física masculina eran elementos indispensables para la supervivencia en un estado natural donde los peligros imperaban, pues las virtudes masculinas de agresividad y fuerza fueron medios a través de los cuales el macho conseguía alimento y era capaz de defenderse de quienes quisieran atacarle o ingresar a su territorio. Lo cual le permitió postularse como un elemento útil y completamente activo dentro de la sociedad generando, entonces, una asociación inextricable entre varón y eficacia para la supervivencia.
Por otra parte, los roles femeninos como lo son la crianza familiar, la pasividad y la aparente inactividad, en tanto que la hembra permanecía en el hogar procurando a las crías, fueron roles asociados con la inutilidad y el quietismo. Elementos que fueron pareciendo poco pragmáticos para el desarrollo de la sociedad; pero sin ser por ello, claro ésta, menos importantes para el desenvolvimiento armónico del proyecto civilizatorio de la humanidad.
Es así como la evolución del ser hasta convertirse en el homo sapiens sapiens que es hoy, ha tomado a manera de componentes principales de las relaciones de poder el aspecto fenotípico y las virtudes pragmáticas que posee el macho a diferencia de la hembra. Diferencia misma que se hereda y arraiga, también, en los albores de la civilización occidental, donde la mujer fue considerada un hombre incompleto incluso por grandes pensadores como Aristóteles.

Un ejemplo de ello está en la casi nula participación del sexo femenino dentro de la polis griega. La mujer, pues, no podía ser partícipe de la política debido a las relaciones que emanaban desde el hogar, ya que existía una relación aristocrática entre marido y mujer, en la cual el marido contaba con el derecho natural de mandar a su familia y el hijo “varón” contaba con la peculiaridad de ser un dirigente familiar en potencia, sin embargo en ningún caso podía pensarse que la mujer pudiese descollar en la dirigencia del hogar.
Ahora, consideremos que para Aristóteles y el pensamiento griego en general, la estructura del estado era una suerte de espejo o proyección de las relaciones de poder familiares, por lo tanto no es de extrañarse que el dirigente más apropiado para gobernar la ciudad resultara ser el hombre.
Es así como puede notarse que el problema es netamente histórico-evolutivo, y que a mal ha cristalizado en el subconsciente general de la sociedad que continúa denigrando a un segundo o tercer plano las capacidades de desenvolvimiento de la mujer dentro del ámbito civilizado.
Adelantando un poco más en el rastreo histórico de la primacía del sexo masculino en la cultura, encontraremos doctrinas platónicas y neoplatónicas que posteriormente servirán de pilares para la configuración del cristianismo; Hago énfasis en esto ya que considero que la idea casi unívoca de la importancia segunda de la mujer dentro de las sociedades, se encuentra completamente matizada por cuestiones religiosas.
Para sustentar lo anterior me fundamentaré en acontecimientos bíblicos descritos en el Génesis, primer libro del pentateuco en donde se narra cómo es que Dios creó inicialmente al hombre y al ver que éste se encontraba muy solo, procedió a crear a la mujer, como mera compañera del primero. “Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; esta será llamada varona, porque del varón fue tomada” (Génesis 2: 21)
El hecho de que Eva haya sido creada a partir de la costilla de Adán, muestra ya una fuerte dependencia que tiene la mujer para con el hombre puesto que su existencia fue posible sólo gracias a que el hombre le antecedió y toda vez que no se sintió satisfecho consigo mismo, pudo exigir compañía

De ahí deriva que muchas de las relaciones de poder en la iglesia tengan como base en común el hecho de que la mujer no proceda a ocupar cargos, dígase administrativos, dentro del ámbito eclesiástico. Ya que al día de hoy pude notarse cómo es que ninguna mujer ha llegado a ocupar un puesto similar al del papa, o ya no vayamos tan lejos, un lugar equivalente al del padre que oficia la misa dominical. Es en este punto donde me adscribo a la interrogante de Umberto Eco para con el cardenal Carlo Martini de ¿Cuáles son las razones doctrinales para prohibir el sacerdocio a las mujeres?
En fin. Tal parece que a lo anterior no puede dársele más que respuestas risibles como la que da Santo Tomas de Aquino cuando “…usa el argumento propter libidem; en otros términos, si el sacerdote fuera mujer, los fieles (¡hombres!) Se excitarían al verla. Pero ya que los fieles son también mujeres, ¿Qué podría decirse de las jóvenes que podrían excitarse a la vista de un “bello sacerdote”? (Umberto Eco, Carlo María Martini, 1997, p. 75)
Es así que encuentro meras justificaciones por parte de la iglesia misma, para mantener un estado de poder ciertamente patriarcal que impide haya paridad de género para con los asuntos de la iglesia y por consiguiente para con los asuntos políticos y sociales del mundo contemporáneo.
Me parece que se trata de una problemática originada a partir de la idea implantada, desde luego, en la conciencia de los feligreses que atisban desde Génesis a una suerte de mujer embaucadora que ha llevado al hombre y a toda la humanidad a la perdición del pecado; pues el mito religioso del fruto prohibido, connota una debilidad espiritual por parte de Eva para obedecer las instrucciones del Todopoderoso y describe el sacrilegio que comete al seducir hacia el desacato al varón. Pero no pretendo imbuir demasiado en este análisis,
salvo para hacer notar cómo es que las escrituras bíblicas influyen en la concepción que el individuo va haciéndose con respecto a la actitud anímica y actitudinal de la mujer dentro de la sociedad.
Todo esto me remite a pensar que sigue siendo la iglesia una de las causales en las que se hace manifiesta la polaridad de igualdad de género y que llevada a otros ámbitos despliega con sutileza la imposición de un patriarcado por sobre todas las demás instituciones sociales.
Así, parte del proceso que ha venido desplegando a lo largo de la historia una desigualdad de género, podría ser situada, a mi juicio, en el momento en que iglesia y estado vienen a cobrar igualdad en capacidad administrativa; cuando en un intento homogeneizador por parte del emperador romano Constantino dio injerencia total al cristianismo para con los asuntos políticos del estado.
Me parece que este hecho es de gran relevancia en tanto que propició un desmesurado poder paulatino que como una suerte de bola de nieve fue adquiriendo la iglesia, y que ciertamente trajo consigo graves consecuencias para la historia del progreso científico y racional, en una palabra me parece que congeló gran parte del proyecto civilizatorio humano. Y claro está, que una de las muchas ramificaciones que surgieron como producto de dicha fusión es el detrimento de la injerencia femenina en los asuntos de la sociedad y el estado.
Hechos, igualmente, como el que sean solo hombres los apóstoles elegidos por Jesús, remite ya a relaciones de poder masculinas en las que el iniciado puede ser únicamente Varón. ¿Y la supuesta primacía femenina que maneja el discurso eclesiástico? ¿Qué acaso no es igualmente capaz de iniciarse en ámbitos esotéricos una mujer al poseer grandes virtudes tal como las posee el varón?
Esto último ciertamente evidencia otra justificación más para mantener a pie el diálogo eclesiástico que el mismo cardenal Carlo Martini legitima cuando también hace notar que “…Es innegable que Jesucristo escogió a los doce apóstoles. Y es necesario partir de aquí para determinar cualquier otra forma del apostolado en la iglesia. No se trata de buscar razones a priori, sino de aceptar que Dios se ha comunicado de una cierta manera y en una cierta historia, y que esta historia, en su singularidad, nos determina hasta hoy” (Ibídem p. 87)
A decir verdad me parece una respuesta fatua y retrógrada. Ahora resulta que continuamos sujetos a un determinismo religioso en el que la voluntad individual se haya sujeta a la voluntad divina y el supuesto libre albedrio con que contamos no aplica para la modificación de este tipo de dogmas anquilosados. De ahí que considero necesario reconsiderar las interpretaciones que han sido factor importante en la manera en que se asume el papel de la mujer dentro de la sociedad, ya que encuentro un desencanto general en la actitud que al día de hoy no trasciende los estigmas implantados por variables religiosas en cuanto al trato que se le da a la mujer.
No debe sorprendernos que la dinámica en la actualidad siga siendo la misma, el contexto en el que nos desenvolvemos es meramente patriarcal y continúa una fuerte manifestación e institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres. Un ejemplo conciso de ello se encuentra en la industria del entretenimiento. Películas que muestran casi siempre a un protagonista varón a partir de quien el mundo gira a su derredor. Los múltiples acaeceres y odiseas de importancia se manifiestan a la figura varonil y son resueltos, claro está, solo por el hombre. En resumen, el macho llevado a la pantalla continúa siendo figura central del devenir histórico-social de la civilización. Y bueno, el papel de la mujer es nuevamente relegado ya que se la reduce a un mero adorno con el que el varón protagonista puede ataviarse y acrecentar sus éxitos. Una vez más, la mujer como trofeo para el héroe de la historia. Una compañía más para el Adán contemporáneo.
Bibliografía
Millett, Kate, (1972) Política sexual, México, Aguilar
Umberto Eco, Carlo María Martini, (1997) ¿En qué creen los que no creen?: México,
Taurus.
Aristóteles (2008) Política: Madrid, Gredos
Platón (2010) La república: México, Grandes de la literatura
La Santa Biblia, (2006) China, Broadman y Holman publishing Group Nashville
Tennessee










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