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La Mujer y el fin del mundo. ¿Qué uso hacer de lo que no deja de insistir?

Actualizado: 18 dic 2024

Resumen: La equivocada forma de comprender lo que sucede a muchos dentro de los decires y actos enmarcados con el vago término de masculinidad obliga a replantear la discusión. A diferencia de los dogmas pertrechados en la neurociencia o en el vuelco emocional de la psicología, aquí se parte de lo que ha extraído el psicoanálisis con el fin de situarlo en el terreno de la filosofía política: ¿qué uso hacer de eso que no deja de insistir? Con ello, el sexo pasa de ser una categoría arrojada al abismo de la empolvada biología para volverse un terreno donde se hable de la vida misma del hombre, ya no como mero organismo, sino como una forma de vida que contrae una elección y un destino.


Palabras clave: La Mujer, Mesías, forma de vida, porno, uso



“Y, sin embargo, sólo si el pensamiento es capaz de hallar el elemento político que hay oculto en la clandestinidad de la existencia individual, sólo si, más allá de la escisión entre público y privado, política y biografía, zoè y bios, se trazan los contornos de una forma de vida y de un uso de los cuerpos, conseguirá la política salir de su mutismo y la biografía individual de su idiocia.”[1]


En la tragedia de nuestro tiempo (la tragedia de la conciencia) se arranca siempre a partir de algo que no pasa.[2]


El sexo es un campo de obligaciones. Así lo enuncia un hombre en el análisis, equiparando el sexo con una tarea necesaria para conseguir el éxito anunciado por sus primos. De este modo, las mujeres que han pasado por su vida se han vuelto recuerdos tortuosos que no le permiten entender por qué no ha podido con ellas. Y esto se termina hilando con los clamores de millones de hombres que desean tener muchas mujeres en su haber. Sólo que no saben qué dar y cómo darlo.


Es inevitable pensar que aquí hay algo del régimen de la diferencia sexual, algo que sólo el psicoanálisis lo ha tratado sin una deriva biologicista o performativa. Aquí se presenta la urgencia o el impulso por tener[3]. El tener dotaría de ser al sujeto que así lo pregona. Si se presupone el ser, entonces cabe pensar que aquí la intención del hombre no es tanto la de estar con esa mujer como la de sí hacerse de una mujer, tenerla. Y el tener a una mujer es lo que le haría pleno.

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Pero, como no se está con cualquier mujer o no se busca cualquier mujer, sino aquella que tenga lo que uno necesita, se puede decir que lo que se ansía no es una mujer, sino La Mujer. Lacan, en su ensayo sobre La agresividad en psicoanálisis, aclara que el mundo que construye alrededor suyo el sujeto está impregnado o construido a partir de su propia imagen[4]. Es decir, aquello que construye en su imaginación alrededor suyo no son más que representaciones de sí mismo. Ese es su mundo. Por lo que no busca cualquier mujer, sino aquella o aquellas que tengan aquello que en su mundo lo harán ser apreciable. De tal forma que el hombre no busca tanto a aquella mujer como sí escenificar el teatro donde será visto por el mundo, el todo, que imagina como alrededor suyo. Es decir, anhela a La Mujer para su coronación.


Es así como lo que se presenta en este escenario es algo que puede denominarse como La Mujer, lo que en principio puede traducirse como un ideal. Pero es más que un ideal, porque marca como una pauta el decir y el accionar del sujeto en cada situación o momento de su vida. Podría decirse que La Mujer es más que un ideal o una fantasía. De lo que se trata es de una forma de vida, puesto que el sujeto se sitúa ahí, más que tenerlo frente a sí[5].


Toda la vida de un hombre marcada por La Mujer no sólo tenderá a buscarla en alguna mujer tangible, sino que su vida obtendrá la forma de una vida marcada por La Mujer. De, para, en, poco importan las preposiciones cuando sólo señalan distintas maneras de situarse o ubicarse el sujeto ante eso llamado La Mujer.


A la par de La Mujer, se erige otra figura que complementa el cúmulo de constelaciones que se terminan trazando. Esta otra figura ideal no sería otra más que el Mesías, pues La Mujer sólo tiene sentido en la medida en que uno es elegido por ella; en que un hombre, el hombre, es amado por ella, algo que parece enunciarse en muchos jóvenes que alegan por una mujer que no siga la tendencia modernizadora de liberación.


Narcissus , óleo sobre lienzo de Caravaggio, 1597–99; en el Palacio Barberini, Roma.
Narcissus , óleo sobre lienzo de Caravaggio, 1597–99; en el Palacio Barberini, Roma.

No es suficiente traer a colación el criterio del narcisismo para definir la situación, porque eso es decir todo y nada a la vez. Narcisismo es uno de esos términos corrompidos como monedas de cambio, que con el trasiego terminan desgastando su cuña o sello. Si bien la imagen que uno se ha hecho de sí mismo marca la figura del Mesías, ¿por qué tiene que hacer este rodeo por La Mujer? Además, el éxtasis que contagia a aquel que llega a la posibilidad de La Mujer nos hace cuestionar sobre si lo aspirado es, en realidad, algo que rebasa o trasciende al mismo yo. Y esto, por necesidad, lo sitúa fuera del mundo. En otras palabras, La Mujer y el Mesías son un par dentro de un complejo que suspende las operaciones del sujeto en el mundo[6]. La Mujer y el Mesías se viven como dos señales del fin de los tiempos.


Esta irrupción del fin del mundo está marcada en la novela corta de La bestia en la jungla, de Henry James, donde el protagonista sabe la suerte que le depara cuando se presente el momento indicado. Su confidente: una mujer, la única a la que ha confiado la apocalíptica profecía que le depara al hombre. Siempre a la espera. Ello lo vuelve impotente -como el héroe con el que se inició este escrito- para el acto, además de la consiguiente inmovilidad y apatía con la que mira al mundo donde vive[7]. ¿Qué no entiende? Su final es trágico: sólo era por La Mujer que se sostenía su siempre anhelante espera de la Gloria.


El mesiánico o el mariano viven en esa esperanza. Así, el mundo termina siendo algo que pasará pronto, a la manera en que Pablo de Tarso encomendaba a sus fieles. Los hombres inmersos en esta corazonada ansían la revocación de todo lo que existe: sólo así lograrán su liberación, que no es otra cosa más que la redención.


El hombre aprisionado, aquel que vive como bestia encerrada en una jaula, no tiene más reparo que la esperanza por el cese del mundo, su destrucción. Esto, como no puede ser de otra manera, abre el preámbulo para interrogar sobre la noción de transformación: ¿qué es la transformación?


Si la transformación, por decir algo, es el momento en el cual son revocadas todas las órdenes y mandatos que cargaba consigo el hombre, esperanza mesiánica, entonces la transformación es el instante añorado en donde el hombre vuelve con Dios. La política, en consecuencia, es el lugar en donde se hace posible esta esperanza mesiánica, puesto que es el punto donde se reúnen los hombres y mujeres en torno a uno. No es tanto el narcisismo lo que marca la posición del Mesías, sino la huida hacia Dios, como el gran escritor ruso lo vio[8]. Es decir, una extraña resonancia de lo que una vez se tuvo y se anhela, con desespero y congoja, volver a recuperar, volver a tener.


Pero también otro lugar en donde vive el fin del mundo el hombre es en la llamada pornografía. Millones de imágenes circulan cada día de cuerpos de mujeres expuestos en la pantalla, con lo que el hombre tiene acceso a… todo. Así se enuncia por parte de muchos hombres, que con la porno tienen todo lo que querían de una mujer. Para ser estrictos, de La Mujer.


Así pues, la pornografía se vuelve una adicción, como rubrican hoy en día, por todos lados, casi todas las disciplinas. No obstante, otra vez, nada se dice con ello, puesto que una adicción no depende del influjo de la droga, del estimulante, puesto que el uso -y el abuso- que le da el sujeto al objeto pone en juego su más grande fantasía. El sujeto pone en el objeto su forma de vivir, pone en juego el goce de su cuerpo, circunscrito en una visión del mundo en la que todo parece que se le cumplirá. Y ese objeto al que aspira, en la figura del cuerpo de una mujer, no es, nuevamente, la de cualquier mujer, sino la de La Mujer. Si no fuese así, ¿por qué tantos hombres se afanan por hallar el contenido idóneo para su solitaria velada?


Es decir, el sujeto pone su vida en ese objeto, en ese satisfactor, en ese estimulante. Aquí no juega el tan mentado cerebro y sus neurotransmisores, cuando a lo que apunta el sujeto es a lo que no puede apalabrar de su visión. Por eso dice todo, porque el todo recubre lo que falta por decir o lo que no se puede decir por más que se lo intente. Y el cerebro y todo lo neurológico no pueden ser determinantes, en tanto que órganos con funciones, de lo que no pueden -por definición- tener noción o registro. En tanto que unidades de un sistema no aspiran, es imposible, a lo que no tiene registro simbólico[9].


Por lo tanto, no es tanto la pornografía por la pornografía el asunto, como sí que es el lugar en donde el uso y abuso del cuerpo de La Mujer se vuelve explícito, obsceno, es decir, se logra ver todo lo que antes no se podía o pudo mirar[10]. Es por ello que la pornografía se acopla al fantasma de prácticamente todo hombre. Y de ahí, el hombre hará uso de su cuerpo de tal forma que apunte a sumergirse en tales escenas de fantasía.


El gran dilema es, ¿qué uso hacer de su cuerpo ante La Mujer? ¿Qué uso hacer de sí mismo ante La Mujer? Pero, sobre todo, ¿por qué cuestionarse el uso al que ya estaba habituado un hombre? La razón no puede ser otra que lo mismo que mueve a ese hombre: La Mujer.


Un hombre, por sí mismo, no se cuestionaría su emplazamiento constante en La Mujer, a reserva de un pequeño detalle: que ello lo haya llevado a ser expulsado del Jardín del Edén. Sólo así uno se cuestionaría la misma existencia de La Mujer, pues ¿cómo fue posible haber sido expulsado del seno de La Mujer cuando uno hizo todo lo posible por estar ahí? ¿Qué de esa mujer, La Mujer, no funcionó?


Justo es esta última escisión la que hace dar cuenta de la, si no inexistencia, sí de la incertidumbre que envuelve a La Mujer: ¿hay algo así como La Mujer? En este sentido, toda la vida del hombre entra en un profundo choque con su manera de vivir en y para La Mujer a causa del destierro originario del que fue víctima o, quizás, verdugo. Cuestionar a La Mujer por mor de una mujer… una mujer que se tiene por La Mujer.


Ahora, ¿qué queda? Si la esperanza por La Mujer se ha quebrado, ¿qué uso hacer de La Mujer?



Referencias


[1]Agamben I. El uso de los cuerpos. Homo Sacer, IV, 2. Editorial Pre-Textos, Madrid, 2018.


[2]González Guardiola, J. Conciencia y tragedia. La Torre del Virrey: Revista de estudios culturales, 3, 2007, págs. 12-28.


[3] “La pulsión enloquece el cuerpo y lo impulsa hasta el desborde masturbatorio, pero esta actividad la deja siempre insatisfecha. ¿Cómo va a poder aliviarse, negarse a sí misma, hacer algo para calmarse? Entre sus destinos posibles, tratará de apoderarse de otro cuerpo a falta del propio” Pommier, G. ¿Qué quiere decir “hacer” el amor?, Paidós, Buenos Aires, 2012.


[4] Lacan, J. La agresividad en psicoanálisis. Escritos I, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 2003, p.102.


[5] Forma de vida será un concepto trabajado por Giorgio Agamben, en sus dos obras correspondientes al volúmen IV de Homo sacer. Dejaremos la definición simple del mismo con la finalidad de que se tenga una noción de lo que trata: “Una vida que no puede separarse de su forma es una vida para la cual, en su modo de vivir, está en juego el vivir mismo y, en su vivir, está en juego, ante todo, su modo de vivir” Agamben I. El uso de los cuerpos. Homo Sacer, IV, 2. Editorial Pre-Textos, Madrid, 2018.


[6] Véase sobre la teoría de la inoperancia de Agamben en El Reino y la Gloria, Homo Sacer II, los parágrafos 8.22 al 8.24, en el capítulo concerniente a la Arqueología de la Gloria. Agamben 2. El Reino y la Gloria. Homo sacer, II, 2, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2008.


[7] “…ella sólo puede ofrecerle lo que ya le está ofreciendo: un mundo en el que aguardar el fin del mundo. Pero lo que jamás puede ocurrir en la mente de John Marcher (y eso ella lo sabe) es que ‘mundo’ y ‘fin del mundo’ sean la mis cosa” González Guardiola, J. Conciencia y tragedia. La Torre del Virrey: Revista de estudios culturales, 3, 2007, p. 18.


[8] Vale la pena hacer la atenta invitación a leer el gran relato construido por Stefan Zweig sobre los últimos días de uno de los gigantes de la Historia de la Humanidad: Lev Tolstoi. Zweig, S. Momentos estelares de la humanidad, Acantilado, Barcelona, 2012.


[9] Para una discusión introductoria de este debate del psicoanálisis y las neurociencias referente al tema de la adicciones y su causa, véase Yellati, N. R. Lo que el psicoanálisis enseña a las neurociencias, Grama ediciones, Buenos Aires, 2020.


[10] “…la pornografía designa en principio un argumento… Basta con referirse al sexo de manera demasiado gratuita para ser reconocido como excesivo” Arcand, B. El jaguar y el oso hormiguero. Antropología de la pornografía. Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión. Barcelona, 1993, p. 61.

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